Thursday, May 01, 2008

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Hay una cabeza. En el lugar en que debería de haber una cabeza hay una cabeza. Se complace mirando a las niñas de nueve, famélicas, desdentadas. Se complace en mirar la parte donde habrán de crecer las otras partes. Piensa que la violencia puede ser eso: abrirse paso. Piensa en el llanto -su llanto-, en los golpes -en su cuerpo golpeado-.

Una buena razón para no sentir culpa es que no puede sentir culpa. No sabe explicar el mecanismo. Tampoco le conmueve el hecho de que su discurso no sea políticamente correcto. Nadie -es decir, nadie sensato- habla de mirar a las de nueve con deseo, nadie habla de abrir sus orificios. Cuando se habla de "esto" y "aquello" se hace en términos de literatura. Todos sabemos lo que es correcto. Estamos acostumbrados a que la escritura funcione correctamente. La escritura también puede sublimar cierta pulsión inconfesable, la pulsión de cierto deseo. Lo cierto es que nadie se conmueve con las atrocidades que la escritura consigna. Muchos ni siquiera se escandalizan. Vivimos, respiramos la pornografía.

Así que aquí las tienen, estas pequeñas van al matadero con los ojos abiertos, el cuerpo temblando, tomadas de la mano del padre, sentadas en el regazo de los hombres de la familia; acariciadas con un amor familiar que nada puede tener de malo.

Dice el padre y decimos los hermanos: que vengan a mis piernas; que se peguen al cuerpo; que intenten detener el golpe que quiere su cabeza cruda, que chillen -si pueden- contra el filo que todo lo corta, contra el filo que cercena sus miembros, los atraviesa, los quema; eso parecido al cuchillo que les desgarra las entrañas por dentro, aquello como el animal cuyas fauces ronzan, mastrican, trituran cada parte en donde no crecerán las partes.

1 comment:

Hugo Izarra said...

Se agradece el regreso.