Tuesday, June 19, 2007

8


También puedo escuchar cómo se pudren los cuerpos: la risa de los niños, la mujer que acaricia su cabello si el hombre la mira -fijamente, sin mirarla-. Puedo escuchar la boca, lo amarillento, la mano que sostiene su propio peso mientras habla, el aroma que levanta de su boca, de sus extremidades; puedo escuchar el roce de la piel con sus vestidos -la presión que ejerce el talle en la cintura, la prenda en la entrepierna, las marcas en la espalda-. Seis de la tarde. Ellos han venido una vez más hasta la plaza. Las palomas canturrean, picotean una y otra vez, siempre hambrientas. La semilla cruje al ser abierta. En los niños la risa sube con violencia. Las uñas van sucias, siempre cortas, siempre con tierra. Los niños juegan con lodo, vigilados por sus padres.

Complicidad con nadie. Se escribe con indiferencia -se escribe poco, sólo por tomar notas-.

Mi cuerpo es lo primero que escucho: los poros abiertos, mi cabeza en la cabeza, el cabello cortado que crece, cortado con descuido, el dolor que insiste en el costado, la certeza del enfermo. En los niños la risa es más terrible.

1 comment:

De Josefa said...

hey, buen texto. aunque para mí termina con "la certeza del enfermo".